Rafael está chupando cemento en Madrid.

“Hace un frió que pela colombiano, tío” dijo Pablo el gallego.

Y era cierto, el invierno madrileño puede ser tan extremadamente helado, como insoportablemente caluroso es el verano; en agosto en Madrid no se puede ni respirar del calor.

“Tiene razón parce” dijo Rafael a su vez.

“Que no se dice tienes razón tío, se dice llevas razón, ¿es que no te lo enseñaron en la universidad? ¿O a que fuiste a perder el tiempo?” y lo dijo con rencor y satisfecho de tener un puesto más elevado que él en la empresa constructora a pesar de no haber hecho más que la Educación Secundaria Obligatoria que es hasta los 16 años.

El Pablo, el gallego, era oficial de segunda de albañilería después de 10 años de estar trabajando en la construcción, antes había sido peón como lo era ahora Rafael. En realidad era tan bruto que solo lo habían ascendido un mes antes que Rafael llegara a trabajar a la empresa, y eso por que su tío era el dueño y no lo podía dejar de peón con tanto inmigrante “sudaca” inteligente y listo como estaban llegando a España. ¿Por debajo de uno que viene de afuera? ¡Ni de coñas! Le dijo el Pablo a su tío y le dieron el ascenso.

Cuando Rafael tuvo que dejar Colombia e irse para Madrid, dejó atrás sus estudios de abogado ya para terminar y su puesto en la inspección de policía de Dos quebradas. Su mamá fue la que más le insistió pues estaba aterrorizada. En realidad no le quedaba otra opción, o emigraba de su adorada Pereira, dejando todo por un futuro incierto, o lo mataban en cualquier esquina el día menos pensado. Todo comenzó en un careo en el que se dejó llevar por el destino y olvidando las normas éticas metió la mano para que lo ganara la fufurufa de 18 años que lo llevó al desastre. Nunca olvidaría el día que Sandra Liliana Aristízabal lo llevó a un lado durante el careo, le entornó los ojos y con mirada de cordero degollado y voz suavecita de gatito pequeño le dijo: “! Ayy… ayúdeme!!! ¿Sí? “Y de cómo el sintió en el cuerpo la cosquillita tibia del deseo que no se iría ya más de su pecho. Desde ese día nada volvió a ser lo mismo para él; sólo vivía para estar con ella y era su única pasión y motivo el de cabalgar ese cuerpo de potranca brava de pasiones desmedidas.

Al principio Rafael no se dejaba pillar, “No le podemos dar papaya a sus tíos” le decía a Sandra. "Si se dan cuenta que la ayudé en el careo me matan esos carniceros". Pero poco a poco, a medida que la pasión lo esclavizaba, el iba bajando la guardia y comenzó a cometer errores de bulto; como el regalo de la moto o el viaje de semana santa a San Andrés que compró en plan de luna de miel para tener atención especial porque quería hacer feliz a su “niña”.

Como siempre pasa con las madres y su sexto sentido; doña Rafaela fue la primera en darse cuenta que la pasión desbordada de su hijo no llevaba buen camino y presintió algo malo. Averiguando con las vecinas se dio cuenta de todo el asunto y le contaron de cómo los tíos de Sandra ya se habían enterado y habían jurado mandarlo a matar, “Ese tinterillo huele a muerto” dicen que gritó en la tienda de don Blas el tío mayor de Sandra una tarde tomando cerveza. La señora no esperó ni un segundo y se subió a la loma a hablar con ella.

“Usted no se meta señora, nosotros sabemos lo que hacemos y yo no lo voy a dejar, y para que lo sepa, Rafael me va reconocer la niña” dijo Sandra.

“Usted me va hacer matar a mi muchacho, por el amor de dios déjelo tranquilo” suplicó doña Rafaela con lagrimas en los ojos.

“Déjeme en paz y no sea ridícula ¿sí?, mejor váyase” y le azotó la puerta en la cara.

Eso había sido un año antes, pero parecía que habían pasado mil. En ese año La vida de Rafael se aceleró a mil millones de kilómetros a la hora. De todo lo que había pasado el conservaba una serie de imágenes que se entremezclaban y que a veces parecía que le habían pasado a otra persona y no a él. Era como una película que pasaba en frente de él demasiado deprisa y que a su vez estaba hecha de miles de micropelículas que duraban solo un segundo. A veces lo que había pasado primero, a él le parecía que había pasado de segundo o de tercero,no lo podía ubicar bien en el tiempo. Eran miles de imágenes como flashes: Sandra y su llanto pidiendo perdón, Sandra saliendo del motel con el papá de la niña en la moto que el le había regalado, la golpiza y la borrachera con perico incluido, el sexo desbocado con Sandra después de la golpiza; las dos veces que lo siguieron los sicarios que venían de Génova, Quindío, cuando salió de la casa y en las que se salvo gracias a que el mismo era un excelente motociclista y andaba pilas con los sicarios, al fin de cuentas ya había tratado con muchos; el dolor de su madre que le ofreció los ahorritos de toda la vida y le dijo: “váyase mijo, que prefiero verlo lejos antes que muerto por una puta”. Miles de imágenes y todas entremezcladas.

Todo era como un sueño, si alguien le dice que no fue real él tal vez lo hubiera creído. Pero fue real. Y ahora se encontraba viviendo en un país en el que a un abogado o un arquitecto inmigrantes los puedes encontrar trabajando de camareros, de peones de albañilería o recogiendo fruta con temporeros marroquíes que allí son llamados “moros” y es una palabra dicha con desprecio. Como a los sudamericanos que son llamados “sudacas” y es un término peyorativo. Rafael se había ido a vivir a un país de emigrantes que se esparcieron como el polen en verano a través del planeta en la época de la guerra civil. Después los estuvo dominando con mano de hierro un enanito con voz de flauta y presencia endeble por más de 30 años. Pero los españoles son un pueblo con la memoria corta y ya no recuerdan cuando se morían de hambre y tuvieron que emigrar. Se han olvidado de cómo el resto del mundo los acogió con los brazos abiertos y les calmo el hambre; sobretodo como los acogieron de bien los "sudacas". Quién te ha visto y quien te vé.

Cuando llegó a Madrid, Rafael no conocía nadie en la ciudad. Pedro Mariscal, su parcero de la universidad que había dejado la carrera un año antes andaba por Valencia en la recogida de la naranja. Pero cuando llegó a la dirección de la Calle Alcalá en el barrio la estrella, tuvo suerte y se encontró con unos ecuatorianos simpáticos que le estaban guardando la cama a su amigo mientras volvía. Ellos mismos le consiguieron el trabajo en el que está ahora y donde sus jefes no tienen la mitad de los estudios que el tiene. Y donde un tal Pablo el gallego trata de hacerlo sentir pequeño para el poder sentirse grande. Resulta irritante y a veces le quiere meter su guantazo para ponerlo en su sitio. Pero en España necesitas un contrato de trabajo para poder tener residencia, y la vez necesitas residencia para tener un contrato de trabajo. Como sea, en ambos casos, Rafael tiene que aguantarse a los burros estos y agachar el lomo mientras recuerda a Sandra Liliana más incluso que a su madre. Incluso está planeando como mandarla a traer. Tal vez cuando le den el contrato y tenga que ir al consulado español en Bogotá, esta vez a pedir la visa de residente. Tal vez si se casan. Tal vez.